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Felipe Neri Carrillo Parra (31 de diciembre de 1928 – 11 de mayo de 2011)
A ti, que escogiste mis nombres con pinzas de cirujano.
A ti, que me enseñaste a amarrar las trenzas de mis zapatos.
A ti, que me enseñaste que caerse era necesario para aprender a caminar y que había, siempre, que aprender de las caídas.
A ti, que me enseñaste a leer el periódico a los cuatro años, y que los libros eran mejores que la televisión. Desde mis remotos once años, te digo que es verdad, pues nunca he dejado de leer. Ni el periódico, ni los libros.
A ti, que me enseñaste a andar recto entre veredas torcidas.
A ti, que me dijiste que había que ser un excelente observador, condición necesaria para poder transitar por este mundo.
A ti, que cuando tuviste que reprenderme algo jamás lo hiciste alzando la voz ni la mano.
A ti, que me enseñaste que tomar lo ajeno o robar, no era bueno.
A ti, que me hiciste creer que un mundo de justicia e igualdad entre los hombres puede ser posible.
A ti, que me inculcaste la responsabilidad, el deber y la honestidad como valores indispensables para la formación del carácter.
A ti, que me enseñaste la cortesía y los buenos modales como condiciones necesarias para la buena convivencia y que había que saludar a todo el mundo, desde el portero hacia arriba.
A ti, que me enseñaste el valor del estudio y de la preparación personal y profesional como valores imprescindibles para poder construir una mejor sociedad.
A ti, que siempre, siempre, te mostraste orgulloso cuando daba los pasos en la dirección correcta, y que siempre, siempre, me lo hacías notar cuando no lo hacía.
A ti, que me enseñaste el valor de la autocrítica y de la crítica constructiva, ingredientes indispensables para el crecimiento personal y colectivo.
A ti, que me mostraste que el amor era un elemento esencial entre los seres humanos.
A ti, que me enseñaste que había que saber meterse en el lodo sin enlodarse.
A ti, que me enseñaste a no tener miedo.
A ti, que me enseñaste que había que ser audaz, audaz, casi hasta la aventura; y precavido, precavido, casi hasta la cobardía.
A ti, que siempre izaste las banderas de tus creencias con irreductible honestidad y valentía, en TODOS los escenarios de tu vida.
A ti, que nunca te doblegaste ante la infamia y lo nefasto.
A ti, que supiste recorrer el mundo y sus entresijos con paso firme, seguro y decidido.
A ti, que jamás asomaste resquemores ni envidias.
A ti, que siempre iluminaste tu camino y el de tus camaradas, compañeros y amigos con certidumbre y que nunca, nunca, te aprovechaste del poder.
A ti, que recorres nuestras historias con la más limpias de las trayectorias, mi mejor y más puro deseo de que ahora puedas descansar en un mundo más maravilloso que este, pero con la convicción de haber hecho todo lo que estuvo a tu alcance para mejorarlo.
Mi mejor y más lindo deseo de que las musas que un día me enseñaste, mesen tus cabellos limpios al sol y acaricien tu frente y tus manos con infinito amor y dulzura.
Mi mejor y más profundo deseo de que un día podamos reencontrarnos y podamos, juntos, seguir derribando molinos de viento. Tú cual Quijote, y yo, cual Sancho.
A ti, padre, amigo y maestro, mi mejor amigo, mi mejor maestro, con el anhelo de que me perdones aquello que, voluntaria o involuntariamente, no hice bien, mi más amoroso deseo de que, por fin, descanses en paz.
Para ti papá, con todo mi amor.
Tu hijo,
(César) Alejandro
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