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Cantarte: 25 años

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Y aquí vamos de nuevo.

Veinticinco años.

Se dice muy fácil.

Veinticinco años de empeños y quereres, de muchos avances y algunos retrocesos, pero siempre repletos de hermosas experiencias y gratificantes aprendizajes.

Nunca pensé que yo llegaría a cumplir veinticinco años con Cantarte.

Tampoco me imagino treinta.

Pero la vida es así, te va llevando poco a poco sin que te des mucha cuenta de que el tiempo, ese factor tan esquivo, volátil e impredecible, pasa implacablemente. “El tiempo nos alcanza”, como dice un gran amigo.

Así que yo estoy aquí, desde el principio de esta historia, la cual me sorprende hoy con un nuevo aniversario. Y, como dije hace un lustro, seguimos el mismo rumbo, que no es otro que ‘producir un sonido de conjunto bello y correcto como materia prima con la cual poder ejecutar e interpretar, bella y correctamente, buena música’. No ha sido otro sino ese, nuestro gran propósito. Por eso Cantarte ha sido, es y siempre será una obra en construcción. Lograr ese propósito es algo también esquivo y que no depende sólo de tener buenas intenciones. Hay que tener mucha voluntad, mucho empeño y mucha paciencia. Pero sobre todo, mucho amor por lo que se hace.

Hay algo que en este momento se me ocurre compartir.

Hace veinticinco años recibí algunas críticas negativas sobre nuestra sonoridad. Muy pocas fueron positivas. Y este no es un espacio para hacer un catálogo de todos los adjetivos que escuché. De lo que sí estaba muy seguro y convencido, era de mi concepto de sonoridad de conjunto. Y que iba por el camino correcto. Y que a la larga, el tiempo me iba a dar la razón…

Para lograr un buen sonido, no basta con tener un número de personas que tengan buena voz y canten ‘bonito’. De hecho, esa no es una garantía. No basta con sólo desearlo. No basta con sólo decir: ¡Homogeneicen! O decir: ¡Balanceen! O peor aún: ¡Imítense entre sí! (queriendo decir que se imiten a nivel tímbrico). Con ninguno de esos recursos se logra una buena mezcla. Hace falta una enorme cantidad de criterios de emisión vocal que garantice que ese grupo de cantantes, con buena y quizá sin bonita voz, produzcan un sonido de conjunto uniformemente bello. Y esa fue la premisa bajo la cual todo este camino empezó a andar.

Hoy es enormemente satisfactorio apreciar que, con el paso del tiempo, muchos colegas, paulatinamente, fueron adoptando una sonoridad similar en sus coros. No importa cuál haya sido la razón. Lo que sí creo es que el movimiento coral venezolano ganó con ese cambio de paradigma.

Sería muy largo ‘filosofar’ sobre este tema en este espacio, cuya sola pretensión es celebrar veinticinco años de música coral. Pero no deja de ser gratificante decir que uno de nuestros mayores logros, durante todo este tiempo, ha sido ese: producir un sonido de conjunto bello y correcto como materia prima con la cual poder ejecutar e interpretar, bella y correctamente, buena música.

También sería muy largo enumerar a todos los que de una forma han contribuido con este gran propósito que se llama Cantarte. Sin embargo, y a riesgo de dejar a alguien por fuera, debo agradecer infinitamente, siempre, a Miguel Ángel Vaccari, a Manuel Hurtado, a Edel Coronado, a Germán Méndez, a Luis ‘Tatalo’ Garrido y a Laura Morales Balza, por su irreductible credibilidad y confianza en lo que hemos hecho y aún hacemos. Sin el concurso de ellos, algunos ya fuera del coro, esta sería otra historia que quizá sólo sería eso, una historia más.

Vaya de nuevo mi felicitación a todos aquellos que desde un principio creyeron en Cantarte. A todos los que a lo largo de este camino nos han acompañado, soñando y sonando. Y muy especialmente, a todos los que aún siguen creyendo en nosotros, principalmente, ustedes.

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¡Mil gracias por estos veinticinco!

César Alejandro Carrillo

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Ps. ¿30? ¡No sé!

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La vida con Modesta (I)

En principio debo aclarar, para quien no lo sabe, que cuando digo Modesta, me refiero, sí, a mi maestra de composición Modesta Bor (1926-1998). Puede que a alguno le parezca soberbio o herético el hecho de que yo me dirija a una maestra de la estatura de Modesta con esa cuota de confianza, pero es que de estar viva, ella no aceptaría que hablara de sí con la solemnidad y el boato que siempre rechazó. Esta breve introducción establece el clima de amistad, amor, fidelidad y respeto que existía entre ella y yo. Ahora bien, no es frecuente este tipo de relación entre maestro y alumno, porque por lo general lo que habita entre ellos es una distancia que pone a cada uno en su santo lugar. Conocí a Modesta en 1978 en la época en que yo residía en Guarenas y co-dirigía un grupo vocal que se llamaba Gesta, el germen de lo que después sería Ensamble 9. Nosotros hacíamos nuestros arreglos vocales en pleno ensayo, no los escribíamos sino que los memorizábamos de tanto repetirlos. Y en ese afán y anhelo de querer hacer mejor las cosas, se nos ocurrió ir a la sección de música de la Biblioteca Nacional para tratar de conseguir arreglos impresos a fin de engrosar nuestro repertorio de canciones. Lamentablemente, en tal sección no había una sola partitura. Más bien era un sitio para ir a escuchar música, es decir, una fonoteca. Pero por esas circunstancias milagrosas que tiene la vida, el encargado, el ya desaparecido guitarrista y compositor Jorge Benzaquén, me sugirió que fuera al Departamento de Música de la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, del cual Modesta era jefa. Así que un día cualquiera de 1978, el cual ya no puedo precisar, me dirigí a la UCV a hablar con Modesta Bor, porque en ese entonces para mí era eso, Modesta Bor. Eso sí, sabía lo que ella era y representaba para nuestra música nacional. De modo tal que cuando llegué, estaba un poco nervioso debido a la talla del personaje con el cual me iba a entrevistar. Modesta me trató con atención y simpatía al yo revelarle el propósito de mi visita y al enterarse de nuestro trabajo con Gesta. Luego de estar conversando por espacio de una hora, aproximadamente, le solicitó a una empleada del departamento que me diera algunas copias de arreglos que allí tenían. La empleada que me atendió, con la misma simpatía y diligencia de Modesta, fue Olga Roa, quien con el tiempo se convertiría en amiga de muchos músicos y directores corales de nuestra generación. Actualmente, Olga es la jefa encargada del Departamento de Música. Las vueltas que da la vida. Pues bien, de allí salí muy contento por dos razones: la primera, porque había podido lograr conseguir un material musical que para nosotros iba a ser de vital importancia en la evolución de grupo. Y la segunda, porque había conocido a quien iba a marcar, para siempre, el curso de mi vida como ser humano, músico, arreglista, director y compositor: Modesta Bor.

Biografía tomada de la Sociedad de Autores y Compositores 
Modesta Bor nació en Juangriego, Isla de Margarita, el 15 de junio de 1926. En su pueblo natal, Modesta recibió las nociones elementales de Teoría y Solfeo, con Luis Manuel Gutiérrez y de piano con Alicia Caraballo Reyes. En 1942, viaja a Caracas para continuar sus estudios en la Escuela Superior de Música «José Angel Lamas», donde cursa Teoría y Solfeo con María de Lourdes Rotundo; piano, con Elena de Arrate; Historia de la Música y Estética con Juan Bautista Plaza; primer año de Armonía y Orquestación con Antonio Estévez y segundo año de Armonía, Contrapunto, Fuga y Composición en la cátedra del Mestro Vicente Emilio Sojo.

En 1951 presenta el exámen de su décimo año de piano, sin embargo, ese mismo año, contrajo una grave enfermedad en ambas manos y piernas. Su dolencia no le permitió ofrecer el concierto de grado, ni desarrollar su prometedora carrera como intérprete. Fue posteriormente, al regresar de Moscú, cuando le otorgaron el título de Profesora Ejecutante de Piano, a instancias de la Profesora Elena de Arrarte.

En julio de 1959, con la «Suite en tres movimientos» para Orquesta de Cámara, obtiene de las manos de Vicente Emilio Sojo el título de Maestro Compositor. Paralelamente a sus estudios musicales, Modesta Bor dió inicio a una amplia actividad en los campos de la musicología y la docencia. Entre 1948 y 1951 trabajó en el Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, como Jefa del Departamento de Musicología. Posteriormente, ejerció la docencia musical en diferentes escuelas primarias y secundarias de la capital, llegando incluso a dirigir coros de Niños de las Escuelas Municipales de Caracas.

Después de egresar de la Escuela de Música, se dedica por completo a la composición y en 1960 viaja a Moscú, con la idea de realizar estudios de Postgrado en el Conservatorio Tchaikowsky. Después de escuchar una de sus obras en una audición privada, el afamado compositor Aram Ilich Kachaturiam acepta gustosamente a Modesta Bor en su cátedra de Composición.

En 1962 da inicio a la composición de la premiada «Obertura» para Orquesta. Entre 1963 y 1964 se traslada a Lecherías, Estado Anzoátegui, para asumir la dirección del Coro de Niños de la Universidad de Oriente. En 1964, nuevamente en Caracas, trabaja en el Instituto Nacional de Folklore y luego es nombradfa directora del Coro de Niños de la Escuela de Música «Juan Manuel Olivares», cargo que desempeña durante 14 años.

En 1966 funda y dirige el grupo vocal «Arpegio», conjunto de seis voces blancas con el cual divulgará las viejas melodías infantiles, la polifonía culta y la música popular y folklórica venezolana. Entre 1971 y 1973 dirigió la Coral de la CANTV con la cual grabó dos discos de música coral venezolana e internacional. En 1973 se hace cargo de la Cátedra de Composición de la Escuela de Música «José Lorenzo Llamozas». Simultáneamente, entre 1974 y 1989 trabajó como jefa del Departamento de Música de la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, donde realizó una encomiable labor en pro de la formación musical de la población estudiantil venezolana.

En 1982 fue invitada por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para participar en el Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de la Habana (1986), donde se interpretó el «Concierto para piano y Orquesta». En 1990 se traslada a la ciudad de Mérida donde prosigue con tenacidad su labor creativa, la cual alterna con la docencia, ofreciendo a los estudiantes de la Escuela de Música de la Universidad de Los Andes un Taller de Dirección de Coros Infantiles; y en 1991 dicta un Taller de Armonía, con la finalidad de crear en el futuro una Cátedra Estable de Composición.

Las primeras obras de Modesta Bor están enmarcadas dentro del pensamiento de la Escuela Nacionalista venezolana. Ejemplos claros se observan en la «Suite Criolla» para Piano, en la «Suite para Orquesta de Cámara» y en la «Sonata para Viola y Piano». En etapas posteriores sus obras buscan un lenguaje propio, contemporáneo, acorde con las nuevas tendencias. A partir de la década de los sesenta, se trasluce la búsqueda de nuevas sonoridades en obras como el «Segundo Ciclo de Romanzas» para contralto y piano, la «Sonata para violín y piano» y sus obras corales: «El Pescador de Anclas» y «Regreso al Mar». La década de los setenta marca el inicio de una búsqueda hacia la atonalidad. La «Imitación Serial para Cuerdas» (1974), el tríptico coral «Manchas Sonoras» (1975), los siete «Sarcasmos» para piano (1978-1980), el «Prisma Sonoro» para cuatro voces mixtas (1980-1981), el «Concierto para piano y Orquesta» (1982-1983) y «Acuarelas» para Orquesta de Cuerdas (1986) son sólo algunos ejemplos de sus obras atonales desligadas de la tendencia o línea nacionalista.



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