Escribí este texto en 2002 a solicitud de Laura Morales Balza, quien a la sazón estaba realizando un trabajo fotográfico sobre nuestra ciudad. Es una pequeña reflexión que evoca muy brevemente memorias y recuerdos de lo que fue, es y posiblemente será Caracas.
Valga la pena acotar que no cambiaría ni una sola letra.
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Para mi hijo Simón Odoardo, póstumamente.
Nací y crecí en esta ciudad.
No creo que vaya a morir en París.
O en Bombay.
He visto, a través de los años,
el proceso entrópico de mi ciudad.
Aunque debería usar la palabra entrópico
no Con mi ciudad y sí con Su Gente.
Es verdad.
Quizá La Gente en general no tenga la culpa,
sino Cierta Gente.
Aquellos que deciden dónde va este edificio
y dónde No Va este parque.
Dónde va este mamotreto
y dónde No Va este museo.
Dónde va este esperpento
y dónde No Va Más este sitio histórico.
.
La creciente pérdida de memoria de nuestra ciudad
es la pérdida de nuestra historia.
De tu historia y la mía.
La de cada uno de nosotros.
Porque cada uno vive la ciudad a su manera.
No la ve igual a otro.
Al otro.
No la padece igual.
Por eso existe La gente y Cierta gente.
La que vive la plaza y la que nos la quita.
La que trata de mirar El Ávila y la que nos lo oculta.
.
De mi niñez recuerdo vagamente
el verde que circundaba mi ciudad.
Ahora la rodea un informe color entre ladrillo y blanco y zinc
y cualquier otro que represente el color político de turno.
Colores, olores, paisajes, sonidos
que al pasar del tiempo hemos ido perdiendo.
.
De mi niñez recuerdo la ruta de mi transporte escolar,
especialmente dos momentos:
El primero:
después de la Plaza de Artigas,
en el pavimento todavía se podía ver
el rastro de unos rieles de tren
que se resistían a desaparecer,
pero que con el tiempo fueron definitivamente
sepultados por el asfalto.
Realmente, lo que quedó sepultado
no fueron los rieles del tren sino nuestra memoria.
Y la de la ciudad.
El segundo:
entre la Av. Libertador y la Av. Andrés Bello
quedaba la antigua fábrica de chocolates El Rey.
El autobús escolar se convertía en una fiesta rodante al pasar por allí.
¿Quién no recuerda el particular olor de esa calle?
¿O el de otras calles?
¿O el de tu calle?
.
Ayer, no sólo lo recordé,
sino que mi memoria fue capaz de traerme de nuevo
ese olor de mi niñez, de nuestra niñez.
.
Y de nuevo se hizo la fiesta en nuestro transporte escolar…
.
Qué especial recordatorio…….quién nos podrá quitar los más dulces recuerdos?……cuando voy al parque del este…me gusta caminar..como lo hacáa con mi padre cuando tenía solo 3 años..ahora tengo 49 años…hace bastante tiempo…..vivía en el edificio Bataglia…había una máquina de pala gigantesca en el parque y yo me montaba con mi hermana……siempre que iba cada 10 años..subía a ese tractor de pala…y recordaba felizmente esos acontecimientos de niña..que felicidad….montar caballo en el junquito…ahora cuando he ido..busco desesperadamente esos recuerdos…todo ha cambiado ahí……gracias por permitirme tomar un tiempo para disfrutar de mis recuerdos…..te quiero maestro..un abrazo grande….recordar es estar contigo mismo..buen ejercicio interior….mi gratitud…..LILIANA
Hermano, cada vez que paso por ese lugar tengo el mismo recuerdo que tú, y desde que el carro pisa la esquina siento ese olor particular de la fábrica de chocolates El Rey….qué tiempos!
Maravilla de escrito para Caracas, maravillosos recuerdos.
Un abrazo Maestro
Magnífico escrito, César maestro. Un abrazo.
… recuerdo… sí recuerdo… gracias maestro, por compartir este escrito, me hizo recordar lo especial que era, de niña, venir a Caracas, que además de venir a ver a mi mama, también había cosas inolvidables para mí, como era montar poney y lanzarse por el Supertobogán del Espacio en Las Mercedes donde, desde hace mil años esta el CVA… mil gracias por esos recuerdos…
Maestro, qué hermosa manera de escribir tristemente una realidad. Gracias por compartir este espacio. Un abrazo.
Sí que hemos perdido……..pero los recuerdos y vivencias quedan, inalterables e inquebrantables. ¡Gracias César!